«Los birmanos son budistas malos» fue una de las frases que más veces repitió nuestro simpático guía durante la visita a las ruinas de Ayutthaya.

Y en parte, no le faltaba razón ¡Sólo en parte! Pues no sería justo meter a todos los birmanos en el mismo saco. Pero el adjetivo de «malo» se lo tienen bien merecido aquellos que en 1767 saquearon (cortando incluso estatuas de buda para conseguir reliquias y tesoros) y convirtieron en ruinas la antigua capital del Reino de Siam.

Por aquel entonces, Ayutthaya era uno de los principales centros comerciales de Asia y tras la caída de la ciudad, la capitalidad se trasladó río abajo: primero a Thon Buri y finalmente a Bangkok.

En nuestra segunda jornada en Tailandia contratamos una excursión con Mundo Nómada y fuimos desde Bangkok a conocer el Parque Histórico de Ayutthaya, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1991. La visita a los templos fue al mismo tiempo una enriquecedora clase sobre algunas nociones básicas del budismo, la religión predominante en Tailandia, seguida por un 93% de la población.

El templo de Wat Yai Chai Mongknom y algunos rituales del budismo

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Wat Yai Chai Mongknom fue el primer templo que visitamos, tras un agradable viaje por carretera por las llanuras centrales de Tailandia. En este monasterio conocimos algunos de los rituales de los budistas tailandeses.

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Nada más llegar encontramos estupas y una gran estatua de Buda reclinado.

Pero para entender el budismo nada mejor que empezar por el principio. Hace más de 2.500 años, al nacer Siddharta Gautuma, príncipe de la desaparecida República Sakia (que actualmente se encontraría en la frontera entre Nepal e India), el adivino de la corte predijo que sería un líder espiritual y su padre, el rey,  para impedirlo lo encerró en palacio y le concedió una vida de lujo, alejada del mundo exterior.

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En el budismo existen diferentes ramas o escuelas, la predominante en Tailandia y en el resto del sudeste asiático es la theravada. Dentro del templo, aunque la mayoría de los budas eran de la rama theravada, también nos encontramos una estatua de un buda chino.

Se casó joven, tuvo un hijo y a pesar de los esfuerzos del rey a la edad de 29 años salió al exterior y vio a un hombre viejo, un enfermo, un cadáver y un monje.  Los tres primeros encuentros lo deprimieron. Y en el cuarto, el monje lo convenció para renunciar a su vida de grandes lujos y buscar una forma de superar el sufrimiento que se extendía por el mundo.

Durante años, vivió de forma austera, viajó por la India, meditó, conoció y aprendió de los grandes maestros del hinduismo. Hasta que una noche a los 35 años meditando sentado bajo una higuera alcanzó el Nirvana: la iluminación, el fin del sufrimiento y la detención de la rueda de la reencarnación en la que los budistas creen que estamos atrapados.

Tras alcanzar la iluminación, Siddharta, ahora ya Buda peregrinó por el norte de la India, enseñando el camino al Nirvana y finalmente después de una vida de servicio a los demás murió a los 80 años, siendo sus enseñanzas seguidas hoy en día por más de 500 millones de personas.

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Cada día de la semana se representa con un buda diferente y a cada budista le corresponde el buda del día en que nació. Aunque en vez de 7 ¡hay 9 budas de la semana! Esto se debe a que el miércoles se representa dos veces (el del día y el de la noche porque Buda nació por la noche). Y a que los huérfanos tienen uno propio al no saber el día en que llegaron al mundo. Creen en la reencarnación y una forma de hacer méritos para las vidas futuras es poner pan de oro a las estatuas de Buda.
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Una de las figuras de Buda es el buda reclinado que simboliza el martes. Los tailandeses (budistas y laicos) generalmente hacen ofrendas en sus templos. Además de pequeñas aportaciones económicas dejan capullos de la flor de loto y varillas de inciensos en grupos de tres.

Wat Maha That y «el Buda en las raíces»

En el siguiente templo descubrimos una de las imágenes más populares de Buda en Tailandia: la cabeza de piedra de un buda rodeada por las raíces y ramas de una higuera.

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No se sabe muy bien cómo llegó a fusionarse con el árbol. Hay leyendas que hablan que tras ser decapitada en el saqueo de los birmanos, la cabeza cayó a los pies de la higuera (árbol bajo el que Buda alcanzó la Iluminación) y ésta lo protegió con sus ramas y raíces. Y otras teorías señalan que un ladrón que entró al templo movió la cabeza, la escondió debajo del árbol pero nunca volvió para llevársela. Lo cierto es que impresiona verla tan mimetizada con el árbol y actualmente es uno de los rincones más fotografiados de Tailandia.

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Además de este monumento el templo en sí merece la visita. Paseando por las ruinas nos sentimos como si estuviéramos dentro de una película de Indiana Jones, descubriendo altas estupas y estatuas de buda, gran parte de ellas sin cabeza.

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Todo el complejo religioso está construido con piedras y ladrillos y su arquitectura es muy similar a la de los templos de Angkor en el cercano país de Camboya.

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Wat Ratcha Burana

El tercer templo fue el que más me gustó. En él pudimos distinguir los dos tipos de edificaciones más representativas de Ayutthaya: los chedis o estupas (en forma de campana) y los prangs (en forma de mazorca o piña).

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A la izquierda un chedi y a la derecha un prang.

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Otra de las grandes experiencias en este templo fue el poder subir a lo alto de un prang y contemplar las vistas desde lo más alto.

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Wat Chaiwatthanaram

Por último, y bajo un abrasador sol vimos el templo de Wat Chaiwatthanaram que ubicado junto al río estaba siendo restaurado gracias a un acuerdo internacional.

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Vuelta en barco

Para poner la guinda a la visita, hicimos el recorrido de vuelta a Bangkok en barco y almorzamos en la propia embarcación. La comida tailandesa de buffet estaba rica y río abajo navegando por el Chao Phraya observamos las construcciones de casas, puentes y templos tan insólitos para nosotros.

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«La felicidad es un viaje, no un destino»

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